La autora de "Ficciones asesinas" destaca la naturaleza del PAT y la lista de títulos de tipología variada que ha construido el concurso en 20 años
POR: Fundación para la Cultura Urbana
¿Cómo describirías tu libro ganador del PAT?
—Me complace mucho que todas las reseñas califiquen a Ficciones asesinas como una novela negra o, mejor, parodia de una novela negra. En efecto, yo esperaba lograr algo que tuviese el misterio, la tensión y el ritmo que caracterizan ese género.
La acción ocurre en la distopía de un mundo paralelo, parecido en muchos aspectos al nuestro. Ese contexto deliberadamente ficticio me permitió condensar la esencia de lo que significa vivir en una dictadura sin entrar en detalles, irrelevantes para mí, de las modalidades ideológicas con las cuales tal régimen se presenta.
Con la opresión de los ciudadanos como telón de fondo, el escenario es desde luego muy importante, no obstante la historia se centra en los amores, obsesiones y locuras de personas individuales; espero también que se sienta la ternura y el humor en mi trato con ellos, sobre todo con la pareja de protagonistas de la tercera edad: una exescritora que puede ser la próxima víctima y un exdetective determinado a todo para salvarla.
Comencé a contar la historia en el clásico modo omnisciente intercalado con citas del diario de la protagonista, pero la voz narradora tomó caminos propios y no me dejó mantener ese formato: comentaba los hechos, se entrometía demasiado y al final impulsó un inesperado salto de un plano narrativo a otro. Las novelas se escapan y desbordan su temática original; y también esta, mientras la escribía, adquirió un subtexto que indaga en las ambigüedades de la ficción, la que se lee y la que se vive, la que puede ser arma para el régimen, la que puede “repercutir” en la vida y difuminar los límites de la realidad y la lectura.
Después de tantas reseñas, presentaciones y mensajes que me han llovido tras la publicación de Ficciones asesinas ya no puedo describir el libro sin recurrir a lo que otros han dicho de él, por lo que me permito cerrar este resumen con la cita de una carta de Miguel Gomes que me aclaró lo que estuve buscando mientras escribía el libro: “El viaje a la frontera en el desenlace encaja muy bien con la experiencia limítrofe de leerte, de averiguar si estamos fuera o dentro de un manicomio, del lado de aquí o del lado de allá, de la realidad histórica como de la ficción, tanto de la cordura como de la realidad, tanto de una narradora o la otra. O acaso siempre estemos en el umbral de todos esos polos”.
¿Cuál de los libros ganadores del PAT recomendarías y por qué?
—No en balde el premio se denomina “transgenérico”: nombre que, dicho sea de paso, me valió algunas preguntas sobre si el concurso estaba dirigido a personas trans: tópico mucho más popular hoy que en 2000 cuando nació este concurso y no cabía duda de que se trataba de géneros literarios.
En efecto, las obras ganadoras han sido de tipología variada: crónica, ensayo, poesía, biografía, novela, cuento. Al examinar el histórico del certamen es interesante destacar la modificación que ocurrió en las preferencias de los jurados, o de los propios concursantes: en la primera decena del siglo, la mayoría de las obras premiadas fueron de no ficción —ensayos históricos, políticos, biográficos y literarios— mientras que desde 2011 predomina claramente la novela.
Sobra decir que la calidad de estas obras está avalada por los jurados que las seleccionaron en esos veinte años, por lo que no vacilaría en recomendar a cualquiera de ellas dentro de la temática o el género que interese al lector. Pero solo puedo hablar de la narrativa que he leído, mayormente las novelas, mi género favorito.
Excelentes: Happening, de Gustavo Valle, que ya conoció dos reediciones en Argentina y en Estados Unidos, y la de Slavco Zupcic, Curso (rápido y sentimental) de italiano. La primera se vale de la huida de un joven que escapa de Caracas tras haber atropellado a alguien para sumergirnos en una suerte de teatro existencial en los remotos parajes de la costa venezolana. La segunda, trata de la recuperación mental y anímica de un joven extranjero en la ciudad de Salerno e ilustra la naturaleza transgenérica del concurso, intercalando en la narración algunos textos de su diario y sabrosos cuentos cortos sobre las “paradojas de amor binacional”.
Fiel a la hibridación de géneros, Constancia de la lluvia, de Ricardo Ramírez Requena, es el diario personal del autor, intervenido a su vez con fragmentos de una novela.
Recomiendo también una obra de no ficción, Lo que me dijo Joan Didion, de Pedro Plaza Salvati: crónicas de un caminante por la ciudad de Nueva York.
Pero el premio que me dio una gran alegría personal y que considero el mejor ejemplo del espíritu del concurso fue el otorgado a Jacqueline Goldberg por Las horas claras: una novela sorprendente, basada en la correspondencia epistolar de Madame de Savoie, propietaria de la Villa del mismo nombre, con su arquitecto, nada menos que el famoso Le Corbusier.
Toda mi formación universitaria estuvo imbuida en el culto del Modernismo, de Bauhaus y del propio Corbusier —originario del mismo cantón de Vaud donde estudié en la Escuela Politécnica Federal de Lausanne— y me impactó descubrir de pronto esa sagrada joya de arquitectura desde el punto de vista de la simple práctica profesional y de una clienta terca que le hacía reclamos, como todas las clientas, pero nunca pudo conseguir que su villa fuese habitable, porque su ídolo (y el mío) no se había ocupado de corregir las incoherencias funcionales de proyecto, fallas de ejecución y goteras (hago notar que en Suiza y Francia, contrariamente a la práctica venezolana, la responsabilidad del arquitecto abarcaba todo el proceso de la construcción).
Me impactó también la discreta hondura con la que, a partir de esas cartas, Jacqueline logró indagar en el concepto profundo de lo que es una casa. Había leído el manuscrito unos años antes, cuando su autora no lograba publicarlo, siendo el motivo declarado del rechazo la ambigüedad del género: para las editoriales no estaba claro si era una novela o un poemario. Precisamente una de las razones por las que esa obra fue seleccionada en el Premio Anual Transgenérico.
¿Tienes alguna manía o rito para escribir y leer?
—Para leer, no necesito ningún rito; se puede decir que yo leía siempre y cuando no estaba haciendo ninguna cosa que me impidiese leer, como escuela, universidad, trabajo, compras, viajes, casa, marido, hijos, amigos… la vida y sus tareas, pues. Leía cuando podía, cuando me tomaba un descanso, cuando comía sola, en los recreos, en las colas y salas de espera. Para mí, leer no cuenta como “hacer algo”, no es una actividad.
Escribir sí lo es. Ojalá existiera alguna manía o rito disparador de creatividad, algo que me introduzca en el ánimo correcto, que me cree una disciplina regular para sentarme a escribir, ahora que estoy jubilada y en teoría podría hacerlo. Y no hay tal rito: solo sirve la presión de una fecha, de un compromiso y del tiempo que se acaba. Acostumbrada durante toda mi vida profesional a las fechas de entrega de proyectos de arquitectura (siempre demasiado cortas) no conozco otro estímulo para funcionar de manera eficaz. Estoy segura de que tener una editorial que apostara por mí dispararía mi productividad literaria, pero no tengo la suerte de contar con ninguna. Por eso uso los concursos: me proporcionan una ilusión y una fecha, o sea: la presión necesaria para escribir y terminar el trabajo.
Ilustración de cabecero disponible en Pixabay.