"Curso (rápido y sentimental) de italiano" es el texto híbrido y amoroso con el que el autor obtuvo el premio.
POR: Fundación para la Cultura Urbana
¿Cómo describirías tu libro ganador del PAT?
—Es un libro azul. Por su portada, porque azul es mi color preferido y por el mar Mediterráneo a partir del cual nace. Sus páginas apuntan hacia un futuro interracial en que todos (carne, aceituna o pimentón) romperemos nuestros pasaportes y nos miraremos como si estuviéramos nadando en el guiso (multisápido, hirviente y confundido) de las hallacas. Es también una novela de amor, posible e imposible. Una novela publicada en Venezuela, donde tenía casi quince años sin publicar libro. Una forma amorosa de regresar.
¿Cuál de los libros ganadores del PAT recomendarías?
—Recuerdo con cariño la lectura de los libros de Alberto Hernández, Gustavo Valle, Pedro Plaza y Roberto Echeto. Grandes libros que recomendaría sin duda alguna. Hay algún otro que sueño haber leído, como el de Gina Saraceni, pero que nunca he tenido entre mis manos. Pero los libros siempre llegan y este llegará. Es una reiteración, pero la maravilla del premio y de la colección que nace de él es su carácter transgenérico. De género en género o prescindiendo del género y hablando de literatura hay una línea de costura que, como si fuese un milpiés, atraviesa estos títulos.
¿Tienes alguna manía o rito para escribir y leer?
—Cada vez menos a pesar de los años. En principio, debería ser mientras más añoso más mañoso (por maniático), pero yo voy en dirección contraria.
No tengo ninguna duda sobre la importancia de la escritura en mi vida, pero cada vez más me alejo más de la mirada sagrada que, por decir algo, le tributé al espacio literario en la adolescencia. Entonces tenía una ruidosa máquina de escribir y vivía en un lugar mágico y silencioso a pesar de las gandolas que transitaban la carretera hacia Puerto Cabello. Algunas teclas estaban dañadas y me salían ampollas en los dedos de tanto escribir. Pero yo necesitaba hacerlo para construirme, reconstruirme y seguir viviendo. Mi tía y mi hermana tocaban el piano y los vecinos se quejaban. Yo soñaba con la posibilidad de que también se quejasen del ruido que yo lograba producir con mi Olivetti naranja. Vengo de allí y no descarto volver. No podría hacerlo.
Pero ahora para escribir tengo que robarle tiempo al trabajo hospitalario y a las responsabilidades familiares. La tecnología ayuda y vaya adonde vaya llevo conmigo en un morral, casi convertido en joroba, la computadora portátil. En ella escribo cada vez que puedo: en el tren, en el hospital cuando los pacientes lo permiten o mientras espero a los hijos en la orilla del colegio.
En algunas de esas situaciones hay gente que inicia una conversación o fuma un cigarrito. Yo escribo y quedo agradecido con la vida de poder hacerlo todavía.