Caracas 454

Silencio,
un profundo silencio

En este texto, Rubén Monasterios cuenta el origen de esta zona emblemática de Caracas

POR: Rubén Monasterios

El Silencio ha sido parte de Caracas por centurias y en sus orígenes tampoco fue un lugar apacible. Inicialmente, a principios del siglo XVII se establecieron en la zona rameras negras, zambas y mulatas expulsadas del perímetro de la ciudad por su conducta desordenada; naturalmente, ahí siguieron con el bochinche. En 1658 asoló a Caracas una epidemia que en menos de un mes se llevó unas dos mil almas de los más o menos ocho o nueve mil habitantes de la villa. El Gobernador y Capitán General don Pedro de Torres y Toledo ordenó a los Alcaldes Ordinarios don Gonzalo Marín Granizo y don Pedro Jaspe de Montenegro realizar una inspección y preparar un informe del desastre; con lacónica amargura escribieron: “En cuanto a las rancherías situadas al oeste de la quebrada de Caroata, donde comenzó la epidemia, sólo se advierte silencio, silencio; un profundo silencio”… A partir de entonces la gente empezó a llamar El Silencio a ese lugar.

El ordenamiento de la ciudad determinó que El Silencio formara parte de la hoy desparecida parroquia de San Pablo; con el correr del tiempo y consecuente crecimiento de la urbe, el barrio se convirtió en un área marginal de la peor especie. Se llenó de casuchas y de ranchos construidos sin orden ni concierto, dando lugar a los consabidos callejones tortuosos; en el lugar medraban tanto prostitutas de baja estofa, como otras de mayor alcurnia: las célebres francesas concentradas en el callejón de Las Chayotas; sus chulos, maricones, delincuentes de variada índole, borrachos, pordioseros y pare usted de contar. Se decía que sólo los más fuertes y corajudos policías, y bien armados, eran capaces de penetrar en ese antro para poner coto a los escándalos y peleas, a veces sangrientas, protagonizadas a diario por la chusma. Tanto fue así, que ese alborotar constante dio lugar a una expresión del habla coloquial caraqueña: se armó la sampablera, a propósito de dar a entender que había ocurrido un alboroto, una riña colectiva, un tumulto. Otra versión atribuye el origen de la expresión a cierto establecimiento nocturno, notorio por tales desafueros, sito en la esquina suroeste del barrio, llamada San Pablo. Se trataba de uno de los tantos mabiles de El Silencio; no eran los únicos de la ciudad, había otros en Catia y por los lados de Puente de Hierro; pero los de El Silencio tenían la peor reputación.

Por ahí, por los límites del barrio, se habían establecido esos mabiles; y digo bien, por los límites; más hacia adentro no habrían tenido vida, por cuanto ni el más insensato de los noctámbulos parranderos de Caracas, buscadores de la excitación del ambiente arriscoso, de tragos, baile y hembras fáciles, se habría atrevido a deambular de noche por los sórdidos callejones, ya bastante peligrosos a pleno día.

El propósito del presidente Medina de sanear la ciudad, condujo al desalojo del malandraje, demolición del área y construcción de la urbanización de acuerdo al proyecto de Villanueva; pero, véase: corsi e recorsi, sin llegar todavía al extremo descrito, la creada como digna y hermosa zona residencial para la clase media va por ese camino. Es una lástima; siendo una obra maestra de la arquitectura, podría ser uno de los orgullos de Caracas.

Fragmento tomado de “Silencio, un profundo silencio”, del libro Caraqueñerías. Crónica de un amor por Caracas, de Rubén Monasterios (FCU, 2009).

Fotografía de cabecero: Urbanización El Silencio. Nicola Rocco, Caracas cenital, 2005 © Archivo Fotografía Urbana.

Rubén Monasterios
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