Reproducimos un texto de la escritora Moraima Guanipa sobre la poética de Rafael Cadenas y la importancia del lenguaje en su obra, incluido en el cuaderno «4 voces sobre Cadenas».
POR: Fundación para la Cultura Urbana
La casa editorial Abediciones, de la Universidad Católica Andrés Bello, publicó, en 2018, el cuaderno 4 voces sobre Cadenas, en el que autores como Antonio López Ortega, Moraima Guanipa, Nelson Rivera y Ricardo Ramírez Requena ofrecen una breve, aunque profunda, perspectiva sobre la obra de Rafael Cadenas.
A propósito de la celebración del cumpleaños 92 de Cadenas, compartimos un texto de la poeta, ensayista y periodista cultural Moraima Guanipa, titulado «Rafael Cadenas: lenguaje y misterio», que a su vez es parte de un capítulo de su libro Hechura de silencio. Una aproximación al Ars poética de Rafael Cadenas, editado por el Fondo Editorial de la Facultad de Humanidades y Educación (Caracas, 2002).
Guanipa plasma en estas líneas una investigación rigurosa acerca del poeta y su relación con el lenguaje «como tema de permanente reflexión en su poesía y como aspecto esencial en la formación de su poética».

De la serie «El ojo en la letra», Caracas, 2008: Lisbeth Salas ©Archivo Fotografía Urbana
Rafael Cadenas: lenguaje y misterio
Los lectores mantenemos fidelidades con algunos autores cuya obra nos acompaña a lo largo de nuestras vidas. Conforme el tiempo remodela experiencias, visiones del mundo y de la vida, e incluso gustos, así también cambia nuestra manera de leer, releer y recordar ciertos libros que forman parte de la biblioteca íntima donde perviven en anaqueles favoritos y no dejamos de agradecer la riqueza de una heredad que recibimos sin que se nos pida nada a cambio.
Algo de todo esto ocurre con la obra poética y ensayística de Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930), una de las presencias más permanentes en la literatura venezolana e hispanoamericana. Su amplia obra poética, además de sus ensayos y traducciones, dan cuenta de una trayectoria de más de seis décadas de un trabajo en el que “lo característico es la brevedad, la hondura y la honradez”, como escribió José Balza (1999), uno de sus primeros y más constantes analistas.
En la poesía de Cadenas asistimos a la revelación de lo no dicho. Pocas veces una poesía estuvo tan cercana a fundir palabra y misterio, pero, para hacerlo, el poeta también nos entregó el proceso duro, incesante, incluso doloroso al que accedió desde la ascesis, desde una anacoresis interior que fue en muchos momentos desafío al yo, desnudado de todo ego, de toda ambición para plantarse en medio del resplandor.
Del esplendor verbal que asoma en Los cuadernos del destierro (1960, 2001), uno de sus primeros poemarios, hasta la síntesis alcanzada en Gestiones (1992), podemos seguir los trabajos del poeta por ganar autenticidad en su expresión, un decir que busca proximidad al habla de todos los días, sin abandonar su gusto y dominio por el verso libre, en lo que éste tiene de libertad en cuanto a normativas prosódicas o rítmicas. A lo largo de sus libros, podemos encontrar en Cadenas su comodidad en el uso de versículos, cuya unidad de sentido se presta a su deseo de expresar “el habla del vivir, que siempre está traspasado por el misterio”, como nos dice en Anotaciones (1983). La prosificación de su poesía responde, pues, a un deseo manifiesto de deslastrarse de todo adorno, de búsqueda de un decir esencial que bien puede ser atravesado por las flechas luminosas del silencio y del pensamiento acallado: “Hazte a tu nada/ plena./ Déjala florecer./ Acostúmbrate/ al ayuno que eres/ Que tu cuerpo se lo aprenda” (Intemperie, 1977).
No hallaremos en su poesía la expresión metafórica o la preferencia por figuras retóricas. A lo sumo, la presencia viva de algunas figuras de repetición, que sirven para crear climas de oración y de cánticos más próximos al corazón que al pensamiento. El poeta se reconoce, como él mismo lo expresa, en un decir antipoético, en los rasgos antirretóricos, o más bien en lo que llamó alguna vez una retórica legítima, una retórica natural: “la retórica que viene del corazón”. Poesía desnuda que, en el decir sencillo, en el uso preciso de palabras, intenta mantener la fidelidad con lo real.
Encontramos también un aspecto propiamente constitutivo de su poética: su apego a la prosa, cercana al habla del vivir. Igualmente, su manejo de formas versiculares, que en algunos momentos lo conducen al clima de oración próximo a la sacralidad que intenta comunicar en sus poemas. En esta misma vía, percibimos el distanciamiento del poeta de los desvíos del lenguaje común que distintos enfoques teóricos caracterizan como expresión de literariedad, de poeticidad del lenguaje poético.
En cada una de estas estaciones que conforman la obra de Cadenas, el lenguaje se mantiene como una certeza, como medio para expresar lo insondable, lo sagrado de la existencia cuando se asume como aprendizaje de autenticidad y de fervor hacia la vida en su resplandor: “Vida,/ redúceme a ser/ sólo una crudeza frente a ti” (Memorial, 1977). Asistimos a procesos de despojamiento y de renuncia interior que, a su vez, se hicieron carne de palabra. O de silencio.
La obra de Rafael Cadenas ha aceptado dolorosamente la vastedad de un proyecto de profundas raíces humanísticas. Ha sabido dialogar en presente con la tradición cultural occidental, pero también ha bebido de fuentes del misticismo oriental en su camino por ganar el pálpito de lo auténtico. De igual forma, se ha detenido en alertar sobre el clima de destructividad que suponen la guerra, los fanatismos.
La poesía de Cadenas muestra la hondura y desnudez de un decir que hace del silencio otra forma del lenguaje, su rostro más radical, así como también la cualidad insondable e indecible del lenguaje y de la poesía. A esta última, le dice: “¿Quién puede nombrarte/ en verdad,/ quién entre los que se precian/ entre los gárrulos?/ Tu corona es para silencios desconocidos” (Memorial, 1977).
Con una coherencia y una continuidad a salvo de las oleadas de las modas o de los estilos, el poeta ha hecho del idioma un espacio entrañable, un lugar para la reflexión humanística sobre el papel del hombre en tiempos convulsos como los que nos ha tocado vivir, en medio de las amenazas y de los arrases de un siglo que ha mitificado el racionalismo científico-técnico, aun por encima de los valores esencialmente humanos.
Esta preocupación por el lenguaje se enlaza con una noción si se quiere filosófica sobre la poesía y su quehacer, que define una poética y una ética del decir. El poeta se reconoce portador de un legado que es menester resguardar de las imposturas y de los caminos minados de una verbalidad encubridora de la realidad. Pero también el poeta, al ser portador del lenguaje, es portador de cultura, de historia.
Los hados nos dieron
una lengua noble,
como un buen vino
de bodegas medievales.
Los poetas están entre los encargados
de custodiarla;
pero yo me afano
entre los artesanos
para hacerme digno.
Con ellos se es menos exigente.
sólo se les pide que no la deshonren.
Ya eso es bastante
para quien no nació rico
ni sabe asirse a las palabras.
Una labor sin pretensiones,
un trabajo
de taller que preserva
el bien recibido
y lo entrega a otras manos en el estrépito.
Algo humilde pero necesario.
(Gestiones, 1992)
La poética de Cadenas se construye sobre esta consciencia de la posibilidad, y también de la imposibilidad, del lenguaje. Posibilidad de comunicación, de puente entre la vida y el decir poético, pero imposibilidad de que la palabra pueda ser portadora plena de la vivencia interior, ancla de la realidad, sin que ésta pierda algo de su genuina certidumbre o se falsee en los brillos de la expresión adornada y vacía de sentido. Lo escribió el poeta en uno de sus libros: “Lenguaje/ emanado/ puntual/ fehaciente,/ no el engaño/ de la palabra que sirve a alguien” (Memorial, 1977). En estos procesos por ganar la limpidez, por “aprender a ser nadie”, la palabra también se desnuda, se deslastra, se acerca al habla de todos los días y, al enmudecer, asume esa otra forma del lenguaje que es asentimiento y comunión, proximidad espiritual.
Y nosotros, los lectores, también en silencio, seguimos al poeta en su camino, tratamos de acompañarlo en la construcción del sentido, porque sabemos o intuimos que la escritura poética se completa en la lectura. La poesía no es un hecho dado e inmutable al cual el lector asiste pasivamente como testigo o espectador. El lector es coautor, compañero silente del poeta en su discurrir, una tarea nada fácil, que exige nuestro compromiso. Leer a Cadenas es leernos.
Los poemas de Cadenas aguardan por nosotros para revelarnos, para confrontarnos en un espejo donde no hay nadie, salvo nuestra propia imagen: precaria y auténtica. Démosle gracias al poeta por ese camino abierto, por devolvernos a la casa primigenia del ser y de nuestra condición humana: la del lenguaje.
Foto de portada: Vasco Szinetar