Texto extraído del libro «Maniobras elementales», de Roberto Echeto, ganador del Premio Anual Transgenérico 2015
POR: Roberto Echeto
Abstraer.
(Del lat. abstrahêre).
1. tr. Separar por medio de una operación intelectual las cualidades de un objeto para considerarlas aisladamente o para considerar el mismo objeto en su pura esencia o noción.
Quienes usan el término abstracción «para hablar de música lo hacen pensando en términos visuales; es decir: en que abstracción y figuración son opuestos y que todo lo que no retrata con mayor o menor fidelidad un hecho real es abstracto». En otras palabras: como la música no reproduce las formas de los objetos, es abstracta.
Digan todo lo que quieran, pero en la música no hay paisajes, naturalezas muertas ni retratos; no los hay ni siquiera en las canciones populares ni en la ópera. En la música sólo hay música, sonidos que se entremezclan y se refieren a sí mismos. Cualquier evocación o posible reproducción de las sonoridades de objetos o situaciones corre por cuenta nuestra, igual que el chorro emocional que suscite o no la música.
Ahora, si insistimos y queremos acotar nuestro discurso con palabras extraídas de las artes visuales o de la filosofía, quizás debamos ser más precisos. Por ejemplo, asumamos lo que asumen algunos: que la melodía es a la música lo que la figuración es al dibujo o a la pintura, y veamos qué ocurre Pensemos cuán útil (o no) resulta semejante analogía a la hora de explicar la música que nos rodea, tanto la que nos gusta como la que no. Observemos, eso sí, que el gran público suele ser consumidor de música figurativas, de melodías que dibujan, formas que los oyentes perciben como reconocibles y pueden repetir cada vez que quieran porque sí, porque el cuerpo se lo pides o porque algo en el ritmo machacón los impele a tararear una y otra vez una frase o un fragmento de determinada canción, y bailar y bailar y bailar durante horas. Total: a la música la mueven fuerzas extrañas y muchas veces ligadas a la naturaleza, a los ritmos de la sangre y de las vísceras, a esa energía rara que mueve al mundo y que a cada momento nos atraviesa.
Hay otras músicas que son abstractas en el sentido que se encuentra definido en el encabezado de estas palabras; músicas que son el resultado de un proceso por el que se separan sus estructuras y sus formas tradicionales para estudiarlas, redefinirlas, ampliar sus posibilidades técnicas y expresivas, y crear no sé si nuevos discursos, pero si nuevos planteamientos que nos permitan entenderlos como un reto de búsqueda y no como una mera interpretación de lo escrito o una repetición de lo mismo miles de veces.
La música de la que hablamos se caracteriza, en algunos casos, por un ir y venir de la seguridad a la osadía, del fraseo a la desintegración; en otros por ser caos puro y por privilegiar la superposición de timbres por encima de la atildada armonía. Como se trata de una búsqueda libre y abierta, no hay partituras exhaustivas; hay improvisación, exploración, abstracción constante. Que esas músicas no tengan la calidez esperada por muchos ni sean tan comerciales ni tengan el beat pegajoso que permita sonarías en las radios del mundo ni muestren «dibujos» reconocibles ni contengan un anecdotario que permita conectarlas con el aura (mezcla de chisme y leyenda) con que suele ungirse a los artistas son asuntos que confunden a quienes creen que las artes deben ser amables porque sí, porque una fracción muy grande del público lo quiere y porque hoy en día arte, entretenimiento, evasión y placer se confunden en un mismo masaje.
No creo que debamos repetir frivolidades como que cada día la música es más abstracta y por eso su audición exige grandes esfuerzos, como si oírla produjera hernias… Hay que abrirse a formas que prefiguran mundos (no importa si no las entendemos), a sonoridades que esbozan el futuro (no importa si no nos gustan). Debemos resistirnos a creer que la música es simplemente un pasadizo a otras épocas pasadas, un atentado contra el silencio, un salvo- conducto al jolgorio gracioso. Porque al final lo importante es aprender a perderse y a encontrarse en un caudal de formas que nos amplían.
La tierra sin anécdotas a la que nos arrastra la música está lejos de ser un desierto. Sólo hay que oír con atención y dejarse llevar.
Dejarse llevar…