El libro de Rodríguez, con el que obtuvo el Transgenérico, reúne un conjunto de textos con registros variados que son un intento de detectivismo literario y especulaciones narrativas
POR: Fundación para la Cultura Urbana
¿Cómo describirías tu libro ganador del PAT?
—Siempre es un poco complicado hablar de los libros propios. Si tuviese que decir algo sobre Oficio de lectores, lo más notorio es que ese libro tiene esa condición especial y también íntima que produce el primer libro; es decir, la primera constatación de cómo un objeto verbal producido en silencio, y casi en secreto, termina por convertirse en un objeto físico concreto.
Es, también, un libro en el que pude hacer algo que realmente disfruté hacer: un conjunto de textos en un registro genérico muy variado que incluyó el ensayo breve, la poesía, el cuento y la crónica, pero que se une por la fascinación ante la literatura.
La otra cosa que podría decir es que, ya con unos cuantos años de distancia, me sigue gustando saber que ese libro (que, desde su título, pretendía hacer algunos actos de detectivismo literario y especulaciones narrativas) propone una solución a la referencia que hace Nabokov en el epílogo de Lolita sobre el supuesto e irónico “primer débil latido” de su novela. La resolución de ese enigma, me parece, podría justificar su existencia.
¿Cuál de los libros ganadores del PAT recomendarías y por qué?
—Es grato constatar que el premio Transgenérico, con esa magnífica capacidad de sobrevivencia que ha tenido en medio de la adversidad de la convulsa Venezuela de los últimos 20 años, ha logrado crear un catálogo de libros que a su vez retratan momentos del trabajo de interesantes autores del país.
Recomendaría todos los libros que he alcanzado a leer de ese catálogo; ahora bien, dado el interés que tengo por cumplir la consigna, creo que en este momento recomendaría la lectura de Constancia de la lluvia. Diario 2013-2014, de Ricardo Ramírez Requena, ganador de la edición XIV en 2014. Un libro que, valiéndose de la estrategia del diario y la ficción distópica, tiene el acierto de recrear una vivencia subjetiva entre la enfermedad y el deterioro de un país, evadiendo los peligros de la mera contabilidad del horror, el sentimentalismo o el manifiesto.
¿Tienes alguna manía o rito para escribir y leer?
—Para bien o para mal, mi visión sobre los rituales de escritura se fijó hace años, siendo todavía un estudiante universitario, cuando leí Fuegos, el famoso ensayo de Raymond Carver, y descubrí que la razón que él daba a ser un escritor de cuentos era el hecho de tener hijos y, por eso mismo, no tener suficiente tiempo y oportunidad para las escrituras de largo aliento.
Hoy mismo no creo que lo que decía Carver fuese completamente cierto, pero sí que, a fin de cuentas, el modo como afrontamos los actos de leer y escribir están condicionados por nuestras elementales circunstancias de vida. Me es fácil reconocer cómo esos pequeños rituales privados han ido cambiando en cada época. Esta es tiempo en la que, por ejemplo, prefiero escribir por la mañana, sentado en un estudio desde el que puedo ver el paso de las nubes frente a un valle inmenso, así como leer por las noches.
Imagen de cabecero disponible en Pixabay.