La FCU conmemora los 20 años de la publicación de «Índigo», de María Antonieta Flores, primera obra ganadora del PAT.

POR: Miguel Ángel Hurtado

El pasado 23 de abril se celebró en gran parte del planeta el Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor, como una forma de honrar la creación literaria, que ha sido un puente entre el pasado el presente y el futuro, con la intención de fomentar la lectura como una actividad catalizadora de los fenómenos culturales en cada país.

En la Fundación para la Cultura Urbana (FCU) aprovechamos esta efeméride para celebrar la edición de la primera obra ganadora del Premio Anual Transgenérico (PAT), en 2001: el poemario Índigo, de María Antonieta Flores, que fue elegido de manera unánime por el jurado, integrado por Federico Pacanins, Karl Krispin y Rafael Arráiz Luca, en cuyo veredicto indicaron:

“En el título presentado hallamos una nueva entrega de una voz poética que viene expresándose con vigor y persistencia desde hace más de una década. En tal sentido, Índigo puede considerarse la expresión acabada de un proyecto estético que se conforma en la búsqueda de la claridad ontológica, que no elude los laberintos de la psicología profunda, y que se detiene con pertinencia en la sustancia de mitologías de carácter universal…Advertimos, también, que en el notable trabajo desarrollado se plantea la vinculación con lo urbano. Se enfrenta, desafía y asume la ciudad desde una vocación poética de altísima factura, integrando el discurso de la ciudad local y la urbe arquetípica”.

Índigo: efervescencia y plenitud urbana

Este volante fue la guía de la autora para enviar el manuscrito de «Índigo» a concursar

Sobre «Índigo»: María Antonieta Flores

Para festejar ambos acontecimientos nos propusimos conocer de la voz de María Antonieta Flores algunos aspectos de Índigo y del premio con esta breve entrevista, que compartimos a continuación.

Índigo está dividido en tres partes: la primera titulada “Conocida”, la segunda “Extranjera” y una tercera de nombre “Desconocida”. En la primera parte reconocemos a Caracas, con sus luces y sus sombras, lugares como La Hoyada, la plaza Concordia, el Cementerio General del Sur, Carmelitas, mercados citadinos, etc., además de una numerosa galería de imágenes urbanas y la presencia de personajes históricos, como el maestro Sojo o Carlos Gardel. ¿Qué es Caracas, o el entorno urbano, para esta obra de María Antonieta Flores?

— Caracas es el lugar de la memoria. Cada poema de «Conocida» refiere a vivencias reelaboradas poéticamente. Yo crecí en el centro histórico de Caracas y elegí seguir viviendo allí, ya adulta. Las posibilidades metafóricas que ofrecen los nombres de las esquinas siempre me atrajeron. Es la Caracas que preservo. Es un paisaje interior. Una ciudad muy distinta a lo que en mis poemas más recientes se arropa bajo el gris cuando me refiero a ella o al país. Yo reconozco la pérdida y la degradación.

Mi vivencia es urbana, es algo que marca de forma evidente unos 45 años de vida, luego me volví más doméstica y desarrollé un anhelo por lugares más cercanos a lo rural como posibilidad de aislamiento. Me recuerdo en los pocos días que me alojé en la Abadía de Güigüe, algo de eso lo elaboré en La voz de mis hermanas y otros poemas, que es un libro posterior, es de 2005.

En toda mi poesía está presente lo urbano, es inevitable porque no me evado de mi entorno. Entre los múltiples elementos que conforman mi mirada poética, lo urbano es innegable. Índigo recoge la efervescencia y plenitud urbana que luego se reposará y, tal vez, se reprime. Mientras crecía la violencia en Caracas, lo urbano me ofreció el necesario rostro de lo doméstico. Podría hablar aquí de un mundo urbano interior donde el espacio urbano ya no es la calle ni la plaza sino la ventana. Esto me coloca, ahora, más como testigo que como participante activa.

María Antonieta Flores

María Antonieta Flores

En la tercera parte del libro, “Desconocida”, por los nombres de algunos poemas asumimos que se trata de la ciudad portuaria de Lagos, en Nigeria. ¿Dónde está ambientada la segunda parte? Por otro lado, ¿podrías comentarnos acerca de esos cambios de identidad y si solo tienen que ver con movimientos geográficos o hay algo más allá?, tomando en cuenta que es un libro tan personal.

 — En el otro extremo está «Desconocida». Y sí, es la ciudad portuaria de Lagos. En aquella época era difícil imaginarla, no existía Google Maps, no había mapas de la ciudad en Internet, las fotos mostraban un universo caótico al igual que la literatura. A pesar de eso, los lugares y calles mencionados en mis poemas existen. Era un deseo inmenso esa ciudad que no pude conocer. Los tres últimos poemas hacen más evidentes su carácter de desconocida y el deseo; por ello, eso de: «te disuelves» —que realmente es me disuelvo— que subraya esa atmósfera etérea de la última parte.

No quise identificar la ciudad de «Extranjera». La única referencia es el nombre del cementerio. Esta segunda parte es central para el tercer hilo que sostiene el poemario, una historia de amor y la razón de porqué Lagos está vinculada a este tercer hilo. Los otros dos hilos los has identificado bien: la identidad y las ciudades. Los títulos tienen ese doble sentido: tres aspectos de la identidad que se manifiestan en diálogo con tres ciudades distintas. En otra oportunidad, comenté que consideraba a Índigo un libro de viajes. Viajes físicos e interiores.

Índigo: efervescencia y plenitud urbana

Mercado Mushin, Lagos, Nigeria

El índigo es un color hermoso, que algunos asocian con un estado espiritual elevado y quisiéramos saber si el libro tiene algo que ver con ello. Porque tal vez es algo fortuito, o azaroso, pero a media que se avanza en la lectura va apareciendo con mayor frecuencia esa palabra.

— Sí, estaba al tanto, pero en esa época apenas empezaba a asomar la teoría de los niños índigo. Sin embargo, en poemas anteriores había empezado a explorar la simbolización del erotismo a través del azul, quería huir de los colores tradicionales asociados al eros y al sexo. En este libro cuajó bien porque surgió también el índigo vinculado al azulillo, al tinte natural de los algodones de las telas africanas. Esto me hizo recordar aquellas pastillas que se usaban para la ropa, una imagen de mi infancia —porque en toda mi obra, hasta ahora, el libro que toca mi infancia de una forma más cabal es Índigo—.

Mientras escribía el poemario, colocaba una pastilla de azulillo en agua y en el momento que contemplaba el atardecer veía, también, cómo se disolvía y toda el agua se volvía azul: «breve cubo que las manos desmoronan/ una paciencia que espera». Todavía conservo una pastilla de esa época en mi biblioteca, estaban envueltas en un papel rosa pálido con motivos azules.

No es azar que a medida que avanza aparezca más mencionada la palabra. Porque esa desconocida estaba más inmersa en el índigo. Los dos últimos poemas son un poco alucinados, bastante oníricos.

¿Cómo ves el libro luego de 20 años de haber sido publicado?, es decir, y en el mejor sentido de la expresión, ¿cómo ha envejecido Índigo?

Creo que yo he envejecido y el libro todavía conserva juventud —al menos es lo que quiero creer—, de hecho la lectura que has hecho me hace sentir como si el libro ha sido abierto por primera vez. Esa es la maravilla de la lectura.

¿Cuál es tu opinión acerca de la trayectoria del PAT y qué sientes al haber sido la primera en obtener este premio?

La trayectoria del PAT ha sido sorprendente, no sigue una línea recta porque se atravesaron eventos externos y fue convocada por la Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana durante algunos años, sin embargo, perseveró el premio y también los autores que participaron. Aparte de ser un concurso con un perfil único en el país es la expresión de una larga resistencia cultural. Cada año que suma, me alegra.

Sobre qué siento acerca de haber sido la primera en haber obtenido el premio, puedo decir que es algo que agradezco sin duda. Es un poco extraño mirar atrás y no encontrar nombres que precedan, pero es una alegría mirar el presente y ver los nombres que siguieron.

Miguel Ángel Hurtado
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