En el centenario de su nacimiento, celebramos la vida y obra de Elizabeth Schön con la lectura a voces del poema "El abuelo, la cesta y el mar" y la publicación del prólogo que hizo Ida Gramcko para el libro homónimo.
POR: Fundación para la Cultura Urbana
En el centenario del nacimiento de la poeta, dramaturga y ensayista venezolana Elizabeth Schön (Caracas, 30 de noviembre de 1921 – Caracas, 15 de mayo de 2007), la Fundación para la Cultura Urbana (FCU) junto al Archivo Fotografía Urbana sumaron esfuerzos para honrar esta fecha con una lectura a voces del poema El abuelo, la cesta y el mar, obra en prosa de su autoría.
Marina Gasparini Lagrange coordinó esta lectura, en la que participan destacadas figuras del quehacer literario del país: Luisana Itriago, Edda Armas, Joaquín Marta Sosa, Samuel González, Blanca Strepponi, Yolanda Pantin, Rafael Castillo Zapata, Verónica Jaffé, Gina Saraceni, Luis Moreno Villamediana, Milagros Socorro, Luis Enrique Pérez-Oramas, Katyna Henríquez, María Clara Salas, Santiago Acosta, Miriam Reyes, Lázaro Álvarez, Antonio López Ortega, Natasha Tiniacos, Jesús Montoya, Geraldine Gutiérrez-Wienken, Alexis Romero, Ricardo Ramírez Requena, Carmen Verde Arocha, Gabriela Kizer, Nidia Hernández, Alejandro Castro, Blanca Elena Pantin, María Antonieta Flores, Alfredo Chacón, y la propia Marina Gasparini Lagrange.
Las imágenes que acompañan este emotivo homenaje son del fotógrafo Alfredo Cortina, esposo de Elizabeth Schön, y pertenecen a la colección del Archivo Fotografía Urbana. Por otra parte, el fotógrafo Vasco Szinetar cedió, para esta ocasión, una fotografía de Elizabeth Schön y Elisa Lerner.
Prólogo de Ida Gramcko al poema «El abuelo, la cesta y el mar»
Compartimos la transcripción del prólogo que hizo de esta obra una figura fundamental de nuestra literatura: Ida Gramcko (1924-1994).
Tomado de la edición de la Biblioteca Básica de Autores Venezolanos, de Monte Ávila Editores Latinoamericana (2004), este texto contiene un profundo y sentido estudio de la obra y su autora, porque Gramcko supo conectar ambas en una armoniosa sincronía, así el poema cobra una dimensión diferente y su acercamiento a él puede hacerse desde otra perspectiva.

Elsa Gramcko, Elizabeth Schön e Ida Gramcko (Alfredo Cortina. Puerto Cabello, 1940. © Archivo Fotografía Urbana)
Prólogo:
“Elizabeth Schön siempre fue poeta. Pero ahora se conoce, ahora está claro. No es lo mismo actuar o expresar movidos por un impulso lírico, sin poseer claror acerca de lo que guarece el sentimiento, que cumplir el ejercicio creador sabiendo elegir nuestros más exactos sentimientos. En este último caso, ya no cabe confusión. Tenemos al alcance lo que es intenso y verdadero.
Elizabeth Schön es ahora un poeta con su interior sabiduría, ya incapaz de anarquías emocionales, abundantes en tantos hacedores de versos. Creo que ella ha aprendido sufriendo, transitando en el dolor; lo que significa esta vocación que no es sólo de pluma sino de vida, que no es sólo de páginas sino de existencia.
Porque ser poeta no es ser pergeñador de primores verbales, aunque no se niega contenido, mayor o menor; ni a la retórica, ya que la palabra brota de lo interno. Pero ser poeta es estar ausente de la técnica, del oficio, de la mecánica, de la materia, de lo material exactamente. No de la forma, que la forma es otro cantar: La forma es el resultado de una grave, responsable, rigurosa actitud interior: La forma es la expresión, el ofrecimiento y testimonio de lo que tiembla, eternamente, adentro. La elaboración o la especulación verbal es la escapatoria ante el don. Divagación no es dádiva. Lo que atosiga o entorpece la espontaneidad de la expresión poética, su compleja sencillez, es nada más que el temor a la entrega. Y ofrenda con miedo no es ofrenda
Pero ya Elizabeth Schön puede sentir que no hay regalo capaz de agotar lo que encontramos alto y luminoso. Así, el poeta es aquel que se percibe culpable y pecador. En el poeta, el sentido del pecado es sutil. No es que peque por egoísta, dañino o malvado. Todo lo contrario. Peca por bueno. El poeta se siente culpable porque, para dar; no le alcanzan el tiempo y esta pasajera, tan precaria existencia. El poeta se siente pecador por no haber sonreído aún en la aflicción y en la angustia. El poeta es aquel que, ante lo maravilloso y sin mudanza, siempre se encuentra en deuda. El poeta no es aquel que se ensorbece ante lo que ha otorgado. Es aquel que, en cada amanecer; después de haber donado todo, le pide perdón a las estrellas.
Tomemos algunas frases que a la niña del libro le dice el gran abuelo:
Los seres sienten un placer enorme en morder, pero eso no salva.
Ya Elizabeth Schön sabe que, aun en los peores momentos, no redime un mordisco. Lo que podría salvarnos de todo espasmo atormentado o enfático es sufrir sin vendajes, con honestidad, sana y enteramente. El sufrimiento también puede ser salvación, si se sufre por lo que se quiere.
Se verifica un aprendizaje ante el abuelo. Por eso, Elizabeth Schön escribe luego:
Le pregunto al abuelo que por qué el mar, mi cesta y la arena, quieren permanecer dentro del cielo y no bajar más a la tierra. El abuelo no responde, toma mi mano derecha, la abre, le coloca algo que pesa. Inmediatamente cierro la mano para que eso no se caiga y se rompa.
Esto es noción de perdurabilidad. Esto es sostener, mantener los resplandores en su justo filón y nunca oscurecerlos. Al tesoro que no ha escatimado nada, que es totalmente pleno, sería pesimismo considerarlo misterio. El misterio es lo oculto, lo desconocido, no lo que se posee. La luz, cualquier luz, no es enigmática ni huidiza. Es sólo inapresable con la piel. La luz es una especie de íntimo, interior, hondo -no irracional- conocimiento.
También leemos:
¡Estabilidad!
Cuando ya me dormía, me di cuenta de que ésa era la única palabra que el abuelo había pronunciado.
La estabilidad de algo grande puede acontecer y alejarse, no en su raíz pero sí en su actitud. El ser humano es movedizo. Y por ello, una refulgente raíz debe traer un comportamiento.
Y después:
Entonces le pregunté qué era la fuerza, sólo me respondió:-Mira- y vi el mundo, el cielo y todo cuanto en la playa yacía.
La fuerza, pues, consiste en ser, en ser lo que se es. Si nos ha sido encomendado un destino, un destino raro, resplandeciente, la fuerza será realizarlo hasta su logro, sin ningún escamoteo. Aún cuando nos duela. No le temamos al dolor si en su fondo palpita la lealtad por lo que sentimos. Nadie duda que exista la felicidad interior encerrada, casi abstracta, pero la felicidad en cada día, a cada instante, es la que se padece y nos cuesta.
He aquí una idea sensible del amor:
Yo iba dentro de su sombra, como dentro de la sombra de ese árbol que, muy frondoso, muy sólido, no desampara ni a las lianas, ni a los nidos, ni a los gajos… ni a las espinas.
Ni las espinas: O sea: el árbol, lo amoroso, no desampara ni a lo que lo hiere. Porque cuando nos ha sido dada una gracia —y más aún: la hemos elegido nuestra vida consiste en aceptarla, no sólo en los días fulgurantes, sino también en los sufrientes o diciéndolo con idioma usual: con todo lo que venga. Con las espinas que pueden ser modorra, desparpajo o soberbia. Ya no somos libres, mejor aún: ya somos libres pues hemos escogido aquello que nos colma y estamos dispuestos a vivirlo en los hondos remansos, pero también en los reveses. Si no nos tranquiliza lo dolido, si la soledad puebla las horas, eso importa a nuestro dolor, pero no a nuestro amor que permanece igual en la alegría o en el sufrimiento.
El abuelo ha ido aleccionando a la niña aprendiz emocionada y le dice, acerca de las espinas:
Si te tropiezas con ellas, es mejor que te les acerques y no les temas. Mira dónde nacen, observa su corteza, lo agudo de su punta, lo ancho y largo del tallo que la sostiene y, así sabrás por ti misma.
Hay que ver, pues, esos surgimientos qué causas, qué estructura, qué hábitos las han hecho salir y esperar a que se suavicen: he ahí la generosidad y la paciencia.
También dice el abuelo:
Te has olvidado de que algunas nacen en las cortezas, en los tallos de ciertas plantas y árboles que, para ver el espacio, el sol, tienen que atravesar las marañas inmensas de las selvas.
Quizás habría que pensar que, para atravesar las durezas, el duro mundo doloroso, sería más poderoso el amor: La dulzura es más fuerte que toda defensa. Con la dulzura puede alcanzarse todo. Pero lo contrario es lo que ocurre.
El abuelo añade:
Cuando se posee la mansedumbre, el alma no teme, sino que, al contrario, se siente segura, plena, colmada de una estabilidad que impide las heridas de todas las espinas.
La mansedumbre no es debilidad. Es inmensa benevolencia. Las heridas pueden afligirnos pero no socavan la firmeza del tesoro profundo. Y la libertad es elección. Libertad es sentirse siempre deudor con algo y bogar constantemente hacia ello con riquezas perpetuas. Es haber escogido un destino:
La libertad surge cuando la voluntad embebida de amor, constantemente se descubre muy semejante a un velero que zarpa hacia las costas para entregar su carga.
Y más tarde, el abuelo pronuncia estas palabras:
El apoyo de la piedra es el mejor de los apoyos porque es apoyo y no exigencia.
Si lo que se aguarda, no se brinda, el amor ya no pide ni requiere sino que sólo ama. Aunque merezca lo inefable y no se lo conceden, el amor sigue siendo indeleble y exacto en su pétrea y alada grandeza.
La niña expone:
Contra el cielo las nubes eran negras. En el horizonte comenzaba a asomar la luna, fue cuando vi que un pastor descendía hacia los valles con su cayado abriendo surcos.
En la sombra, aún en la penumbra, se desarrollan los tumultos, se extiende el movimiento. Es la tierra dinámica, no el cielo inmóvil. Es cuando el pastor abre los surcos, las hendiduras, y no cuida a su más blanca oveja.
Elizabeth Schön ha encontrado su personalidad. Fresca, gentil, elemental, situada en la naturaleza y viviéndola como símbolo de belleza y de veracidad, la emoción y el afecto los experimenta dentro del cálido paisaje y las existencias menudas son como recipientes o señales de lo que ella contiene. Su no morir, su no caer, despunta en ella tierna y simplemente, sin ánimo intelectual, y la perpetuidad es como el musgo que abriga al pichón recién nacido. La perseverancia para con lo que somos, la tenacidad para con nuestro ser, su ejercicio constante, sus actos fieles, los ve Elizabeth Schön en lo minúsculo, en lo vegetal, en lo silvestre.
Así dice:
Vi al cangrejo, todo lo comprendí. El cangrejo no se desviaba, seguí su rumbo, a veces se apresuraba, a veces se detenía, sus huellas quedaban en la arena, como pequeñas semillas que iba dejando, mientras firmemente, con gran coordinación de sus movimientos, seguía hacia adelante.
Gracias Elizabeth Schön, por haber escuchado y captado, dentro de tu modo original, la lección del abuelo que es un mago. Gracias, Elizabeth Schön, porque eres una poeta.
Sólo una cosa quiero añadir, para ti: si hubiera que elegir nuestra tranquilidad y la fidelidad a nuestros mejores sentimientos, no debe haber vacilación alguna. Se elige la constancia. Es mejor estar triste en la verdad que alegre en lo superfluo”.
Ida Gramcko
Publicación autorizada por Luisana Itriago.
Imágenes de portada y cabecero pertenecen a la colección del Archivo Fotografía Urbana.