«Elisa Lerner,
una aventurera
de la palabra»

Momentos del libro inédito «Elisa Lerner, una aventurera de la palabra» (1983), de Arlette Machado.

POR: Arlette Machado

Para unirse al homenaje a Elisa Lerner por su cumpleaños 90, la profesora y periodista Arlette Machado comparte unos fragmentos de su libro inédito Elisa Lerner, una aventurera de la palabra, una entrañable conversación que sostuvo con Lerner.

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Arlette Machado: Cuando hablas de tu familia siempre aludes a tu madre y ese padre queda en la nebulosa. ¿Será porque murió temprano o porque fue una presencia gris?

Elisa Lerner: Al contrario, la presencia más importante en mi vida durante la infancia fue mi padre. Yo lo adoraba. Él era la fantasía, el humor, la música. Mi padre era la ternura, la diversión, el conocimiento de la ciudad. Me llevaba de la mano.

Mi madre, por el contrario, era la segura domesticidad. La autoridad. Tenía una visión muy alemana de la organización familiar, de la limpieza, del cuido de los muebles.

Realmente, aunque tenía las sábanas limpias y la comida a tiempo, yo le temía un poco a mamá.

Lo que sí recuerdo con gran ternura, es que yo era muy delgadita, aunque parezca extraño, y tuve una bronquitis. Mamá entonces me cantaba canciones alemanas. Todavía recuerdo una en la que aparecía Dios dándome las gracias por tomarme un Toddy. Esa fue la única vez que ella se dulcificó y me cantó un poquito. Mamá viene de una familia en donde la nutrición es muy importante. La nutrición, ya lo he dicho en otra entrevista, es la forma de belleza familiar, la seguridad, en la educación judía.

Elisa Lerner

Elisa Lerner retratada por Vasco Szinetar

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AM: ¿Y esos candelabros que aparecen en El vasto silencio y Vida con mamá son parte del rito judío?

EL: Sí. Mi madre todos los viernes ha estado encendiendo las velas para saludar el sabbat. Además ella siempre me hacía regalos cuando yo estaba escribiendo.

AM: A mí me llamó especialmente la atención la mecedora porque forma parte del decorado principal de Vida con mamá.

EL: La mecedora es un regalo que le hice yo poco antes de que ella muriera. No tiene nada que ver con el mundo familiar judío. Sino con mi infancia venezolana. A mí siempre me dio la impresión de que la mecedora era una manera de medir el tiempo del país, durante todo ese período del posgomecismo, que fue un tiempo muy lento y era el momento de mi nacimiento.

Los recibos de la mayoría de las casas, un poco más acomodadas, a las cuales nosotros íbamos, tenían una mecedora de mimbre, que fue la que yo traté de revivir originalmente en Vida con mamá. Yo creo que eso respondía a un particular vaivén venezolano.

Mamá en los cumpleaños no era pródiga, porque siempre me estaba regalando durante el año. Ahora cuando murió me dejó su anillo de brillantes como un regalo de despedidas.

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AM: En relación con ese diálogo hay algo que quisiera consignar en este trabajo y es tu emoción cuando viste la última reposición de Vida con mamá. Yo me di cuenta que reviviste el diálogo que cortó la muerte.

EL: Ahora es que yo entendí que esa mujer que Herminia Valdez estaba representando, era mi madre. Yo me negaba a reconocerlo. En parte porque la envidia local quería establecer eso como una anécdota que había aprisionado mi vida. Pero me he dado cuenta que el escritor vive de prisiones para luego lograr la liberación. Y estoy orgullosa de que mi madre haya sido la mujer que establecí en Vida con mamá.

Elisa Lerner, una aventurera de la palabra

Es verdad que yo la unto con una mantequilla no del todo terrenal, porque un personaje no es solamente realidad. Yo la adorno con cierta esbeltez petulante y a ratos simpática, de la godarria venezolana. Pero indudablemente los recuerdos del hombre que traía comestibles, el humor ácido, los avisos económicos, la mujer que guarda naftalina en un closet casero, la mujer que recuerda a Leo, esa mujer con una especie de agresiva honradez pragmática, porque en los avisos económicos ve fracasados espejismos de su mediana condición económica, tiene mucho que ver con mi madre.

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AM: ¿A dónde tendríamos que remontarnos para recuperar tu memoria?

EL: Te estaba hablando sobre la angustia que siento porque en Venezuela no hay ni siquiera una honradez de memoria en la ciudad, porque todo desaparece. No hay vínculos.

Yo, por ejemplo, para sentir todavía cierta coherencia con lo que he sido, tengo que pasar por la pastelería “William” en El Paraíso y saber que ese letrero me acompañó desde niña. Pero eso pasa muy poco en nuestro país. Yo perdí el nudo de mi destino cuando derrumbaron al Majestic. Yo creo que a eso se debe la necesidad del venezolano de ir a Europa, porque va a buscar un anacronismo que le calme el corazón.

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AM: Vamos a entrar de lleno en tu obra, me gustaría…

EL: No me gusta la palabra obra. ¿Por qué no hablar de trabajo? La palabra obra me parece una espacie de pastelería metafísica. Cuando la pronuncian siento como si se me hinchara en alguna parte.

Yo no diría que escribir es un tormento, que estoy sufriendo horrores… (sudando)… No puede ser un tormento el que se tenga una oportunidad individual en la sociedad masificada. Una oportunidad amorosa para el destino de una. Escribir es como un gran recurso, frente al drama de la mortalidad. Un acto épico de nuestra condición terrestre. Tormento es trabajar en una oficina.

Lo terrible de escribir es ese prepararse previo, esa vigilancia de una misma, las horas en que tienes que separarte, estar a solas. Esos instantes en los que no puedes estar con el cuerpo de la vida, con los amigos. Porque si yo todas las noches estoy en una cena, mi escritura, al día siguiente, no es saludable. Hay una gran reciprocidad entre la salud del cuerpo y la de la escritura. Ese resguardarse es lo terrible.

Foto de portada: Ellisa Lerner, Caracas, Venezuela, 5 de marzo de 2007 | Fotografía de Efrén Hernández ©Archivo Fotografía Urbana.

Imagen de cabecero: Pixabay.

Arlette Machado
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