El peso
de la lengua

En su ensayo titulado "Karl Kraus", Rafael Cadenas advierte, a partir de las premisas del escritor austríaco, el peso que tiene el uso, adecuado o no, del lenguaje en la civilización moderna.

POR: Fundación para la Cultura Urbana

Rafael Cadenas es una referencia fundamental del quehacer poético hispanoamericano, pero a la vez es un gran ensayista y un fervoroso defensor del lenguaje. Otero Ediciones publicó el libro titulado En torno al lenguaje (Caracas, 2009), que recoge varios ensayos en los que reflexiona acerca del habla y su honda huella sobre la cultura de las sociedades.

Este libro fue publicado, por primera vez en 1984, por la Dirección de Cultura de la Universidad Central de Venezuela, con numerosas reimpresiones a lo largo de los años por distintas casas editoriales, lo que denota su importancia en el tiempo y lo vigente de sus planteamientos y consideraciones.

En el ensayo titulado «Karl Kraus», Rafael Cadenas evidencia su admiración por las ideas de este escritor austríaco, especialmente por la crítica a la sociedad de su tiempo y la lucha que emprendió en defensa del lenguaje, aspectos que a su modo él mismo ha materializado en su obra a lo largo de su vida, que hoy llega a 92 años.

La importancia de la lengua

Rafael Cadenas y Guillermo Sucre. Foto: Vasco Szinetar.

Karl Kraus

Es imposible, y seguramente ocioso, decir cuál de las dos crisis, si la del mundo moderno o la del lenguaje, tiene prelación. Para Karl Kraus parece ser ésta la que antecede. Digamos, para no meternos en contrapuntos infértiles, que van juntas, apoyándose, sosteniéndose, alimentándose una a otra.

En un momento difícil de su vida -¿cómo no iba a serlo si la historia lo había puesto entre Hitler y Stalin?- Kraus acudió a refugiarse donde solía, “en la casa segura del lenguaje” (ins sichere Haus der Sprache) pero “no sin señalar que hasta el lenguaje estaba enfermo y contaminado, atacado también él, por la podredumbre general”.

Que haya sido Kraus un crítico de esta civilización y que el soporte de esa crítica fuese el lenguaje, ya se me antoja muy revelador.

¿No se refleja el descenso espiritual de nuestro mundo, su carencia de alma, en el lenguaje mismo, en el modo de usarlo?

En su libro Hein und die Folgen está la idea fundamental de Kraus,

…según la cual la corrupción lingüística era la causa de la degradación de los pensamientos y las conciencias, y que las personas que escribían y hablaban mal debían también pensar y actuar mal. La fraseología, según él, parecía impedirles darse cuenta de su decadencia espiritual.

Si nos guiamos por estas palabras de Kohn no cabe duda de que en el proceso de descomposición que sufre el mundo moderno, Kraus le da la primacía a la corrupción de la lengua. Ignoro quién podrá dictar un fallo al respecto, pero la originalidad de Kraus estriba en haber optado decididamente por el aspecto que todos los pensadores y escritores han relegado, y haberlo hecho con una vehemencia que no solemos ver en la defensa de causas tan incomprensiblemente desdeñadas como ésta del lenguaje. Debo confesar de una vez que el punto de vista de Kraus ejerce una especie de fascinación sobre mí. Desde hace tiempo nació y crece en mí la sospecha de que al hablar de los problemas del mundo moderno, hemos olvidado un dato: el lenguaje, y que ese dato es más importante de lo que se ha creído. Pero tal vez se trate de un dato que se oculta misteriosamente, se sustrae a las miradas más sagaces, se pierde entre el conjunto de las causas, porque seguramente, para verlo, se requieren ojos más naturales, aptos para percibir lo evidente, que a veces se vuelve lo menos advertible.

Al nazismo, y sirva este hecho de referencia ejemplar, Kraus lo combatió a través de la lengua alemana, penetrando en la fraseología de sus propagandistas para desenmascararla. Pero Kraus rebasa los linderos de esa batalla para librar, siempre desde la lengua, su lucha mayor contra esta civilización y en defensa del individuo, de la interioridad, de la belleza. Su preocupación por la lengua es inseparable de esta lucha.

Para Kraus, “la civilización actual es una vasta conspiración contra todo asomo de vida interior”. Sabía temprano lo que se ha agudizado, lo que se ha extremado hasta la desesperación, hasta límites que resultan insufribles aun para personas con menor sensibilidad lingüística que Kraus.

¿Cómo realizaba su labor de desenmascaramiento? Kraus consideraba que el descuido en la escogencia de las palabras no era, en rigor, sino “la seña tangible de una mentira o una tontería oculta, la prueba de que algo estaba podrido en la base”.

¿Cuántas veces no hemos tenido igual sentir ante tantos escritos donde campea la inexactitud, tal vez el signo más revelador de embaucamiento o estulticia?

Kraus partía de la idea, para la cual aspiro una atención que nunca se le ha dado, de que “toda depravación de la palabra permite reconocer la depravación del mundo”.

Otra frase definitiva de Kraus viene aquí a punto para indicarnos las ideas de fondo que le sirven de base: “En sus palabras y no en sus actos, he descubierto yo el espectro de la época”. Aparte de la precisión y del carácter lapidario de la frase, lo que más llama la atención en ella es la trastocadora originalidad de darle, yendo contra la corriente, mayor peso a lo que casi nunca se toma en cuenta a la hora de hacer alguna valoración. ¡Y qué lejos de la crítica académica se sitúa la de Kraus! Es la de un artista lingüísticamente hiperestésico y la de un pensador alarmado ante los horrores de nuestra época.

Con ánimo de abundar en el aspecto que más me interesa subrayar, traigo estas palabras sorprendentes de Erich Heller sobre Kraus: “Él descubrió los vínculos entre un falso imperfecto de subjuntivo y una mentalidad abyecta, entre una falsa sintaxis y la estructura deficiente de una sociedad, entre la gran frase hueca y el asesinato organizado”.

En esta relación tan escandalosamente inadvertida a través de la historia vale la pena detenerse, sobre todo en nuestra época de creciente barbarización, que menosprecia aún más el problema de la lengua.

La imprecisión del vocabulario era una de las causas mayores de los males no sólo del lenguaje sino del mundo, pues, insisto, nadie como Kraus ha visto la inseparabilidad entre el universo del discurso y el humano.

Cuando las palabras se desvían de su sentido -decía él-, comienza a reinar la impostura. Entonces la neurosis no está lejos. Todos dejan de creer en las palabras que emplean: el gobierno, los periódicos mienten, pero no engañan a nadie y de ello resulta una descomposición de todo valor moral.

¿A quién se le puede escapar la vigencia permanente de estas palabras? ¿No estamos hoy cerca del newspeak, puesto que vemos usar palabras que hace tiempo perdieron su sentido y se han vuelto engañabobos? ¿Es difícil darse cuenta de que muchas significan todo lo contrario de lo que quieren decir?

Paz suele significar guerra latente, preparación para la guerra o simplemente guerra; democracia, dominio de una minoría, a pesar de las retóricas que encubren la carencia de democracia profunda; justicia, algo que se cumple mínimamente, dado que se torna imposible cuando entran en juego intereses poderosos; derecho, simple fórmula de invocación; patria, estribillo predilecto de quienes más la usan para medrar. La enumeración podría seguir. Oquedad, escamoteo del sentido, prestidigitación verbal inficionan la atmósfera lingüística de nuestra época.

Capítulo aparte merecerían los eufemismos destinados a no llamar las cosas por su nombre, así como el lenguaje pomposo, anacrónico, grandilocuente de los discursos conmemorativos que, al parecer, ya sólo quedan como patrimonio de Latinoamérica; pero no deseo detenerme en detalles que el lector puede suplir.

En Kraus el problema del idioma tiene carácter espiritual. Su deterioro remite a otro mayor. Existe una crisis de fondo de la cual es trasunto la que vive la lengua.

Siempre se ha asociado la palabra al logos, al espíritu, y en Kraus esta asociación es evidente. Yo la veo vinculada también al alma. Kraus se sitúa en la línea del logos.

A qué extremos llevaba él su posición lo revela una anécdota. En los primeros días de la guerra ruso-japonesa, cuando Shanghai fue incendiada, Kraus le dice a un amigo:

Sé que todo esto -se refería a su lucha con un problema de comas- parece absurdo, ahora cuando la casa está ardiendo. Pero en tanto sea posible, es preciso que lo haga, pues si aquellos a quienes corresponde ese deber hubieran velado siempre porque todas las comas estuvieran donde debe ser, tal vez Shanghai no ardería en este momento.

¿Exageración? Más bien una manera extremada de hacer sentir una singular angustia. Aunque la anécdota pudiera delatar un exceso, no me escandaliza. Se trata de una hipérbole que quiere enfatizar la importancia omnipresente del lenguaje. Como siempre, cuando queremos que resalte un aspecto de la realidad, recargamos demasiadamente las tintas.

La crítica a la sociedad en Kraus no fue sólo política. Consideraba que a ésta “le incumbían problemas de superficie, en tanto que las raíces de la crisis contemporánea descansaban en una enfermedad del espíritu”. Quien se penetre de esta idea creo que puede ahondar en los problemas del mundo actual en forma nueva. Podría ver lo político ya no desde lo político, lo cual constituye una limitación, sino desde otra instancia. Sería un cambio de muy trascendente.

Su actitud respecto al lenguaje se ha descrito como un “misticismo erótico” afín al hasidismo.

Es evidente que Kraus volcó su eros en el lenguaje -que para él se vincula con la mujer-, y el lenguaje está lleno de misterio. Su origen ha derrotado las mentes más penetrantes; resulta inasible. Su arquitectura nos maravilla.

Kraus se consideraba a sí mismo, humildemente, como un simple “constructor de frases”. De ahí, tal vez, su adhesión al aforismo, forma también un tanto desdeñada por los prosistas que tienen la parole facile. En este modo de expresión breve, concentrada, buida, Kraus figura entre los maestros.

Recordemos otra humildad suya en medio de tanto vocerío ultramoderno:

Sólo soy uno de esos epígonos

que viven en la vieja casa de la lengua

Me he detenido en Kraus porque en él se juntan dos obsesiones mías: la crítica a nuestra civilización y el culto a la lengua, así como una nota más específica: la visión de la crisis moderna a través de la decadencia del lenguaje. No conozco otro autor que haya visto esta relación ni insistido tanto en señalarla; ni que haya hecho una crítica de la sociedad a partir del lenguaje usado por ella. La crítica que Kraus hacía “a la manera en que la gente usaba el lenguaje en su sociedad era, pues, crítica implícita de esa sociedad”.

Estamos acostumbrados a detenernos en el qué, pero no en el cómo; en lo que se dice, pero no en el modo; en el sentido, pero no en la forma. A pesar de que proclamamos la indisolubilidad de ambos factores, olvidamos uno de ellos, aquél a través del cual se transmite el significado y se trasluce mucho más aún: la textura, el trasfondo, el bagaje cultural, la intención soterrada, las carencias o abundancias del habla, todo lo que no se dice pero se revela. Porque el lenguaje quiere ocultar y siempre termina delatando lo inocultable.

Con Kraus entramos a otra dimensión del lenguaje. Una dimensión que dista tanto del censurar anacrónico, cuanto del análisis lingüístico puro. Una dimensión en la que ya no interesa señalar presuntos defectos con la única mira de lograr la corrección ni escudriñar en pos de fenómenos. Kraus va más allá; lo mueve un interés más trascendente: ver el lenguaje como la zona de la existencia donde transparecen los rasgos que ésta posee, y las fallas lingüísticas como síntomas de una descomposición que a su vez, refluyendo, la acrecen.

En todo círculo vicioso es difícil distinguir el factor originante, pero ya dije que en Kraus no había duda: el desastre procede del mal uso de la lengua, por ser ésta la matriz de la cultura, la armazón que nos constituye, el principio de orden que nos da forma. Conviene aclarar que mal uso no debe entenderse en este caso como simple transgresión. Se vincula más bien con falta de conciencia de la lengua.

Siempre me ha parecido un error quedarse en la simple consideración de los defectos, vicios, barbarismos que pueden aquejar una lengua. Es como si ella pudiera resquebrajarse sin afectar toda la existencia. Si hay fisuras graves en una lengua, seguramente todo lo demás falla.

Cabe aquí una advertencia. Debemos guardarnos, al señalar la importancia que tiene la lengua, de erigir en panacea su buen funcionamiento. Este no va a traer la solución de los problemas; pero creo que un individuo, una sociedad pueden pensar mejor cuando para ellos no existe la barrera de un pobre conocimiento de su lengua. Aprenderla bien sería un primer paso. Un primer paso que se prolonga, que no termina nunca y que puede convertirse en goce.

Kraus era hombre de combate. Luchó toda su vida en defensa del individuo, la cultura, la interioridad, la justicia, la veracidad y tantos otros valores que siguen hoy en peligro. Por eso conserva una vigencia que la historia se ha encargado, y parece que continuará encargándose, de preservar.

En esa lucha se valió de un instrumento que nadie antes había usado como él lo hizo: la lengua, manejándola magistralmente y desenmascarando a quienes tuvieron el poco acierto de polemizar con él. Como este aspecto es el que siempre me ha atraído más, el que más ha coincidido con una de mis preocupaciones, me marcaba límites que no he querido traspasar. Para respetarlos tuve que resistir la tentación de adentrarme en toda su obra, lo que me habría desviado de mi propósito, que es el de dar una voz de alarma; pero debo agregar que estas páginas tienen también espíritu de homenaje.

Foto de portada: Vasco Szinetar

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